Este cuento lo publique en el 2003 en un sitio web de escritores (o proyectos de escritores), era mas joven, impulsivo (no pensaba en tramas y escribía de seguido), y además, era igual de inexperto que ahora.
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Yo el dìa de ayer
El tipo que pone los discos me recibió con todos los decibeles de poder que sus gigantescos parlantes podían ofrecer, el lugar era un mar de brazos y cabezas que danzaban al sonido de la música electrónica, del pum pum pum repetitivo, de la moda musical impuesta por las emisoras y los canales de televisión especializados.
El ambiente tenia el característico aroma de alcohol y cigarrillo que ofrece cualquier bar, discoteca o centro nocturno de Colombia o cualquier parte del mundo, ese mismo aroma que se pega a la ropa y te recuerda a ti (y demás que se te acerquen) que una noche de viernes tiene olor propio.
Me abro paso a través de cuerpos mojados por la acción del baile, el alcohol, las hormonas y la espuma que cae mientras el ritmo de la música incrementa, camino a través de minifaldas y jeans, entre nalgas y senos y manos que tocan cuando no deben donde deben tocar. Llego a la mesa en donde tres de mis amigos beben y se embriagan mientras admiran los atributos de una mujer con un firme trasero que baila sobre la mesa de al lado. Me sirven una copa de ese licor anisado que llamamos Aguardiente y paso cada gota.
El golpe no se hace esperar y siento como mi garganta (y mi estomago) hierven. Después de otras treinta copas mas me levanto y voy al baño, camino con ritmo alegre y siento como mi cabeza da una que otra vuelta, llego al baño, me lavo la cara, orino, arreglo mi camisa y salgo.
La música me golpea de nuevo, una pareja entra al baño a hacer de las suyas, al voltear la veo, una mujer espectacular, veo como sus caderas se mueven sensualmente, como sus manos juegan con su cuerpo, como sus senos se asoman sobre un delicado escote en V, la veo tomar un sorbo de cerveza aunque parecía mas que estaba besando la botella.
Me acerco y me mira, sonríe y sigue bailando, como incitándome a seguir su ritmo, provocándome, da una vuelta y veo como su pequeña cintura me lleva por los bordes de la lujuria y la locura, bailo a su lado, pero mis movimientos parecen lentos y mecánicos, voltea de nuevo y caigo en cuenta de que sus ojos son negros y a modo poético: profundos. Acerca su boca a mi oído y dice suavemente: Me llamo Elena.
Yo respondo con un profundo: Yo me llamo... alguien me golpea y por poco caigo al suelo, ella me toma por el brazo y me hala hacia fuera del lugar, lejos de la música y las luces, del humo y la espuma. Mientras caminamos a la salida veo una figura triste y solitaria que se acerca a la barra con una mano el pecho y se sienta mientras pide un trago, me recuerda a alguien, pero no se a quien.
Me pregunta que si tengo apartamento, que si podemos ir, que si tengo auto propio, le digo que claro, que encantado y que esta estacionado a la vuelta. Enciendo el vehículo y atravesamos media ciudad envueltos en una conversación muda solo suavizada por el arrullador sonido de la voz de Roberta Flack. Llegamos a un edificio gris en una de las tantas calles de esta jodida ciudad en donde queda mi apartamento, subimos con el mismo silencio con el que veníamos en el auto, mi cabeza era un mar de dudas, el por que estaba aquí era una de ellas, el para que es mas fácil de responder, al menos eso creía yo. Entramos y en el instante en que cerramos la puerta se lanza sobre mi y me besa, besa mi cuello y se quita la blusa, yo hago lo propio con mi ropa, muerde mi pecho mientras yo me esfuerzo por intentar descifrar la forma de desabrochar el sostén, caemos sobre la cama y hacemos el amor y siento como sus uñas se clavan sobre mi pecho dejado una herida que pierde importancia con el vaivén de su pelvis, tras una hora y el éxtasis del momento ella se queda dormida sobre mi pecho. Repetimos el momento otras 2 veces más, solo que sin que me volviera a clavar las uñas.
Al despertar mi cabeza amenaza con reventar, con hacerme trizas si me atrevo a pensar o a tener ideas, me levanto e intento buscar a Elena, pero su rastro se ha borrado, solo hay un camino de ropa desde la cama a la puerta y toda es mía. Voy a la cocina y pongo a calentar café, vuelvo al cuarto y mi atención se centra en las líneas de sangre sobre la sabana, luego el dolor en el pecho me hace recordar, veo en el espejo su huella en mi cuerpo.
El día transcurre y en lo único que pienso es en ella, en su rostro, en su cuerpo, en sus manos e incluso sus codos. Mis amigos preguntan que paso, pero ellos no me importan. Espero a que sea de noche y vuelvo al mismo sitio en donde la conocí, observo a todos lados buscándola, y cuando al fin la encuentro veo como otro sujeto se le acerca mientras ella baila y alcanzo a escuchar cuando ella se le acerca al oído y le dice: Me llamo Adriana. Luego lo toma del brazo y lo hala hacia afuera.
Me acerco a la barra tocándome el pecho y pido un trago fuerte, una lágrima cae sobre el vaso, ahora ya recuerdo quien era el tipo triste: era yo el día de ayer.
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Yo el dìa de ayer
El tipo que pone los discos me recibió con todos los decibeles de poder que sus gigantescos parlantes podían ofrecer, el lugar era un mar de brazos y cabezas que danzaban al sonido de la música electrónica, del pum pum pum repetitivo, de la moda musical impuesta por las emisoras y los canales de televisión especializados.
El ambiente tenia el característico aroma de alcohol y cigarrillo que ofrece cualquier bar, discoteca o centro nocturno de Colombia o cualquier parte del mundo, ese mismo aroma que se pega a la ropa y te recuerda a ti (y demás que se te acerquen) que una noche de viernes tiene olor propio.
Me abro paso a través de cuerpos mojados por la acción del baile, el alcohol, las hormonas y la espuma que cae mientras el ritmo de la música incrementa, camino a través de minifaldas y jeans, entre nalgas y senos y manos que tocan cuando no deben donde deben tocar. Llego a la mesa en donde tres de mis amigos beben y se embriagan mientras admiran los atributos de una mujer con un firme trasero que baila sobre la mesa de al lado. Me sirven una copa de ese licor anisado que llamamos Aguardiente y paso cada gota.
El golpe no se hace esperar y siento como mi garganta (y mi estomago) hierven. Después de otras treinta copas mas me levanto y voy al baño, camino con ritmo alegre y siento como mi cabeza da una que otra vuelta, llego al baño, me lavo la cara, orino, arreglo mi camisa y salgo.
La música me golpea de nuevo, una pareja entra al baño a hacer de las suyas, al voltear la veo, una mujer espectacular, veo como sus caderas se mueven sensualmente, como sus manos juegan con su cuerpo, como sus senos se asoman sobre un delicado escote en V, la veo tomar un sorbo de cerveza aunque parecía mas que estaba besando la botella.
Me acerco y me mira, sonríe y sigue bailando, como incitándome a seguir su ritmo, provocándome, da una vuelta y veo como su pequeña cintura me lleva por los bordes de la lujuria y la locura, bailo a su lado, pero mis movimientos parecen lentos y mecánicos, voltea de nuevo y caigo en cuenta de que sus ojos son negros y a modo poético: profundos. Acerca su boca a mi oído y dice suavemente: Me llamo Elena.
Yo respondo con un profundo: Yo me llamo... alguien me golpea y por poco caigo al suelo, ella me toma por el brazo y me hala hacia fuera del lugar, lejos de la música y las luces, del humo y la espuma. Mientras caminamos a la salida veo una figura triste y solitaria que se acerca a la barra con una mano el pecho y se sienta mientras pide un trago, me recuerda a alguien, pero no se a quien.
Me pregunta que si tengo apartamento, que si podemos ir, que si tengo auto propio, le digo que claro, que encantado y que esta estacionado a la vuelta. Enciendo el vehículo y atravesamos media ciudad envueltos en una conversación muda solo suavizada por el arrullador sonido de la voz de Roberta Flack. Llegamos a un edificio gris en una de las tantas calles de esta jodida ciudad en donde queda mi apartamento, subimos con el mismo silencio con el que veníamos en el auto, mi cabeza era un mar de dudas, el por que estaba aquí era una de ellas, el para que es mas fácil de responder, al menos eso creía yo. Entramos y en el instante en que cerramos la puerta se lanza sobre mi y me besa, besa mi cuello y se quita la blusa, yo hago lo propio con mi ropa, muerde mi pecho mientras yo me esfuerzo por intentar descifrar la forma de desabrochar el sostén, caemos sobre la cama y hacemos el amor y siento como sus uñas se clavan sobre mi pecho dejado una herida que pierde importancia con el vaivén de su pelvis, tras una hora y el éxtasis del momento ella se queda dormida sobre mi pecho. Repetimos el momento otras 2 veces más, solo que sin que me volviera a clavar las uñas.
Al despertar mi cabeza amenaza con reventar, con hacerme trizas si me atrevo a pensar o a tener ideas, me levanto e intento buscar a Elena, pero su rastro se ha borrado, solo hay un camino de ropa desde la cama a la puerta y toda es mía. Voy a la cocina y pongo a calentar café, vuelvo al cuarto y mi atención se centra en las líneas de sangre sobre la sabana, luego el dolor en el pecho me hace recordar, veo en el espejo su huella en mi cuerpo.
El día transcurre y en lo único que pienso es en ella, en su rostro, en su cuerpo, en sus manos e incluso sus codos. Mis amigos preguntan que paso, pero ellos no me importan. Espero a que sea de noche y vuelvo al mismo sitio en donde la conocí, observo a todos lados buscándola, y cuando al fin la encuentro veo como otro sujeto se le acerca mientras ella baila y alcanzo a escuchar cuando ella se le acerca al oído y le dice: Me llamo Adriana. Luego lo toma del brazo y lo hala hacia afuera.
Me acerco a la barra tocándome el pecho y pido un trago fuerte, una lágrima cae sobre el vaso, ahora ya recuerdo quien era el tipo triste: era yo el día de ayer.
1 comentario:
Sólo me puedo decir que ¡me encantó!
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